miércoles, 30 de abril de 2014

Cuento corto: Mecate, de Abel Álvarez

Era un día de julio de 1985. En el pueblo de San Luis había un movimiento que solo sucedía una vez al año. Los niños se dirigían a la escuela con la ilusión a cuestas, los padres se movían de un lado a otro. Todos esperaban el momento para reencontrase en la tarde en casa y compartir. 

Es el día de los niños en el pequeño pueblo de dos mil habitantes. El Alcalde, elegido dos años atrás, había decretado, al siguiente día de haberse instalado en el Palacio del Pueblo, que ya no habría más Fiesta de Reyes, que ese tipo de celebración se cambiaría para el tercer domingo después de comenzado el mes julio. Algunos habitantes pensaban que era una aberración histórica asumir tal decisión, sin embargo ya ésa sería la fecha en que llegarían los juguetes a la tienda del pueblo, por lo que era inevitable que los niños la esperaran con júbilo. 

Los pequeños de San Luis ya no escribían cartas a los Reyes Magos, ya no tenían a quien expresarles que se portaban bien y pedirles el juguete de recompensa que más deseaban. Sin embargo cada séptimo mes, los padres intentaban suplir ese vacío con la nueva celebración instituida. 

Después de varias horas en la escuela y con las ganas de saber qué le habían comprado, Mecate estuvo preguntándole todo el camino a su madre cuál sería su regalo; hoy todos lo niños del barrio presumirían su juguete, los cuales debían ser muy parecidos para poder compartir en la tarde el tiempo de ocio que les quedaba por delante.

La madre de Mecate, ajena a esas estrategias infantiles, le había obsequiado una gran escopeta que disparaba chispas con piedras de fosforera, que se le ponía en una pequeña ranura. Venía envuelta en una caja verde, enorme para un niño de 6 años. Pero para sorpresa de la madre, él no deseaba una escopeta, sino un camión de carga, ya que sus amiguitos, con los que jugaría, tendrían uno. 

Es muy fácil en otro lugar, si no te gusta, cambiarlo, pero no en el humilde San Luis. La madre observa la cara de frustración de Mecate y le dice: -Deja ver qué hago y te busco lo que quieres.- 

El niño se quedó en casa esperando a su madre, preocupado y con la inocencia en sus ojos no lograba concentrarse en nada, salía constantemente a la reja del frente a ver si volvía. Después de esperar algún tiempo, la ve venir desde lejos pero con la misma caja grande, sin poder cambiar el juguete. Al percatarse, su sonrisa se borró del rostro.

Hoy Mecate es un adulto a punto de tener hijos, vive en otro país donde sí se escriben cartas en enero y su madre, que soy yo, le ofrece disculpas por no haber luchado para que no le quitaran en su infancia la ilusión de los Reyes Magos.